Ahora que recomiendan
quedarse en casa, haciendo turismo de la cama al living, tengo que
confesar que recién vengo de viaje. Un viaje un tanto extraño, a
decir verdad. Me subí a un colectivo sin saber muy bien a dónde
iba. Quería comer algo. Tres flacos que estaban sentados en el fondo
me sugirieron ir a lo de Johnny. Me conocían y suponían que yo
sabía dónde era eso. Ah, sí, lo de Johnny, dije yo. Ahí se come
bien y barato. Y está cerca de casa. Pero si está cerca, ¿para qué
me subí al bondi? ¿Me estoy acercando o alejando? Creo que no pagué
el boleto, así que mejor me bajo. Pensaba que estaba a unas cuadras
de lo de Johnny. Era como si una parte mía dijera ahorita llegas,
pero otra parte reconociera que estaba en otro lugar, que ese ahorita
podría demorar horas. De hecho, no estaba muy seguro de si estaba en
Argentina o en Bolivia. Ese lugar era extraño y familiar a la vez.
Le pregunté a una mujer y no sabía. Pero no me respondió como
alguien que no sabe dónde está, sino como si yo fuera el
desubicado, como si le preguntara a alguien que sale de trabajar en
El Alto de La Paz cómo llegar a Nazca y Rivadavia. Le pregunté a
otra y la misma respuesta, la misma sensación. No sabía qué hacer
ahí, a dónde ir, a quién preguntarle. Y apareció un viejo con una
motoneta del año del Ñaupa que se ofreció a llevarme. Me subí
atrás y arrancó. Yo me agarraba como podía, en algunas curvas
parecía que iba a morder el asfalto, pero después recuperaba el
equilibrio. De a poco fui reconociendo la zona, las casas, las calles
tranquilas y arboladas de Núñez y Vicente López. Me invadió una
tranquilidad con sabor a decepción. Llegamos. No a mi barrio, pero
al menos a un lugar reconocible. El que no estaba reconocible era
el viejo, que ya no era un viejo, sino un tipo de mi edad, tal vez
más joven. Y lo que llevaba no era una moto, sino una bici. Le pedí
disculpas por no haberme ofrecido a pedalear, le aclaré que pensaba
que era una moto. Como para dejarme libre de culpas, me dijo que
esperaba que en algún momento le propusiera intercambiar, pero no me
iba a dejar, era su bici y solo él la manejaba. Fuimos a recorrer
esa casa quinta. Había mucha gente, algunos en la pileta, aunque no
hacía tanto calor para meterse. Me reencontré con un par de amigos.
Había un clima festivo, pero yo no me hallaba ahí. Tal vez
prefiriera estar en un lugar más incierto como al principio. Una
chica me preguntaba si tenía el carnet de PADI y el certificado de
aguas abiertas, si había bajado más de veinte metros. Pero no, no
quería hablar de experiencias de buceo por el Caribe, sino transitar
esa duda reciente de si estaba en el Altiplano o en algún pasaje de
Flores.
La fiesta habrá
seguido, pero yo cerré el telón. Después de revisitar el sueño en
la ducha y frente a la computadora me puse a recorrer este blog.
Meses sin mirarlo, tal vez más de un año. Y sin escribir. Y ahora
este sueño, que viene con una mezcla del gusto a Bolivia y algo de
los aires de mi barrio. Será que todavía queda algo de Bolivia en
mí. Será que algo de mí todavía sigue en Bolivia.