domingo, 8 de noviembre de 2020

Víctor y Víctor

Pensaba en el nombre de este blog, en busca de mis pasos. Pasos de viajes, de sueños, de pesadillas. Pasos por mi barrio, por Latinoamérica, por otros tiempos y espacios habitados. Pasos que se repiten y a la vez nunca son los mismos, aunque atraviesen el mismo río, que tampoco es el mismo. En estas repeticiones y variantes, siempre hay una primera vez, aunque cada vez estemos renovando algo, un modo de ver o de caminar.

Recuerdo la primera vez que fui a la ESMA. No era la ex-ESMA o la EXMA, como suelen decirle. Era todavía la Escuela de Mecánica de la Armada y tenía que rendir ahí el examen para el Instructorado de Natación. Cuando me tiré a la pileta, el agua estaba demasiado espesa, tenía la sensación de estar nadando en un caldo.

Pasaron varios años cuando volví, esta vez no para rendir un examen de los cuatro estilos, sino para presenciar una charla en la que se hablaba de literatura y dictadura. Me quedó flotando una pregunta que hizo alguien del público: ¿se puede hacer humor con el horror? Cuando terminó la charla, empezó a anochecer y recorrí ese lugar recientemente reapropiado. Había algo que todavía me parecía espeso ahí, tal vez el aire en algunos rincones.

Años más tarde volví un 24 de marzo. Ahí sí sentí que el lugar era otro, había mucha gente, de todas las edades, tanto para ver, para recorrer, para escuchar, los libros vivientes, las fotos, ese espacio ya había sido reapropiado, ya podía transitarse de otra manera.

Unos meses después, una amiga me invitó a una visita guiada un sábado por la mañana. Víctor Basterra estaba a cargo. Nos llevó por cada lugar en donde había estado secuestrado. Al llegar a Capucha, nos contó que un compañero decía a cada rato “¡Ay, Dios!” y que otro le respondió: “Sí, hay Dios, pero poquito... y acá no nos sirve ni mierda.” Nos empezamos a reír. Creo que Víctor respondió en ese momento a aquella pregunta que me había quedado flotando, sí, se puede hacer humor con el horror. De hecho, una manera de encarar a aquella cabeza de Medusa sin quedar petrificado es con ese gesto de Víctor. Me acuerdo del alivio que sentí después de reírme junto a él, el aire podía respirarse un poco más y el piso se hacía más transitable. Tantas, tantísimas veces Víctor habrá hecho ese recorrido con tantas personas, habitando este presente y disputando aquel pasado en cada paso, en cada relato, en cada foto guardada y luego exhibida. Lo mantuvieron en cautiverio tantos años, hasta en su propia casa, como dándole a entender que no había límites para su prisión ni en el tiempo ni en el espacio. Pero todo vuelve, dicen. Y cuando Víctor se liberó, lo primero que hizo fue volver. Una y otra vez, volvió. Con su cuerpo, con sus fotos y con su voz. Volvió a caminar, volvió a hablar, para que el cautiverio de su recuerdo se transformara en la cárcel de sus captores. Y nadie pudo detenerlo. Y ahora sus palabras caminan por el mapa mental que desplegamos de aquel lugar. Víctor sigue caminando, narrando, mostrando sus fotos, haciendo el aire más respirable. Víctor sigue estando presente. En cada paso, en cada foto, en cada relato. Presente. Como aquel otro Víctor, al que creyeron que harían callar, quebrándole las manos, acribillándolo. Pero aun así, su guitarra sigue resonando más allá de la cordillera, en un país que reescribe su historia, su presente y su futuro. Víctor Jara y Víctor Basterra regresan de tanto encierro, de tanta tortura, de tanta muerte. Regresan tomándole el pulso a esta primavera, ofreciéndose como memoria, como imagen, como canción, como relato de una lucha que todavía continúa.