jueves, 19 de marzo de 2020

Bolivia


Ahora que recomiendan quedarse en casa, haciendo turismo de la cama al living, tengo que confesar que recién vengo de viaje. Un viaje un tanto extraño, a decir verdad. Me subí a un colectivo sin saber muy bien a dónde iba. Quería comer algo. Tres flacos que estaban sentados en el fondo me sugirieron ir a lo de Johnny. Me conocían y suponían que yo sabía dónde era eso. Ah, sí, lo de Johnny, dije yo. Ahí se come bien y barato. Y está cerca de casa. Pero si está cerca, ¿para qué me subí al bondi? ¿Me estoy acercando o alejando? Creo que no pagué el boleto, así que mejor me bajo. Pensaba que estaba a unas cuadras de lo de Johnny. Era como si una parte mía dijera ahorita llegas, pero otra parte reconociera que estaba en otro lugar, que ese ahorita podría demorar horas. De hecho, no estaba muy seguro de si estaba en Argentina o en Bolivia. Ese lugar era extraño y familiar a la vez. Le pregunté a una mujer y no sabía. Pero no me respondió como alguien que no sabe dónde está, sino como si yo fuera el desubicado, como si le preguntara a alguien que sale de trabajar en El Alto de La Paz cómo llegar a Nazca y Rivadavia. Le pregunté a otra y la misma respuesta, la misma sensación. No sabía qué hacer ahí, a dónde ir, a quién preguntarle. Y apareció un viejo con una motoneta del año del Ñaupa que se ofreció a llevarme. Me subí atrás y arrancó. Yo me agarraba como podía, en algunas curvas parecía que iba a morder el asfalto, pero después recuperaba el equilibrio. De a poco fui reconociendo la zona, las casas, las calles tranquilas y arboladas de Núñez y Vicente López. Me invadió una tranquilidad con sabor a decepción. Llegamos. No a mi barrio, pero al menos a un lugar reconocible. El que no estaba reconocible era el viejo, que ya no era un viejo, sino un tipo de mi edad, tal vez más joven. Y lo que llevaba no era una moto, sino una bici. Le pedí disculpas por no haberme ofrecido a pedalear, le aclaré que pensaba que era una moto. Como para dejarme libre de culpas, me dijo que esperaba que en algún momento le propusiera intercambiar, pero no me iba a dejar, era su bici y solo él la manejaba. Fuimos a recorrer esa casa quinta. Había mucha gente, algunos en la pileta, aunque no hacía tanto calor para meterse. Me reencontré con un par de amigos. Había un clima festivo, pero yo no me hallaba ahí. Tal vez prefiriera estar en un lugar más incierto como al principio. Una chica me preguntaba si tenía el carnet de PADI y el certificado de aguas abiertas, si había bajado más de veinte metros. Pero no, no quería hablar de experiencias de buceo por el Caribe, sino transitar esa duda reciente de si estaba en el Altiplano o en algún pasaje de Flores.

La fiesta habrá seguido, pero yo cerré el telón. Después de revisitar el sueño en la ducha y frente a la computadora me puse a recorrer este blog. Meses sin mirarlo, tal vez más de un año. Y sin escribir. Y ahora este sueño, que viene con una mezcla del gusto a Bolivia y algo de los aires de mi barrio. Será que todavía queda algo de Bolivia en mí. Será que algo de mí todavía sigue en Bolivia.