Estoy en un cine. Mejor dicho, en un lugar donde hay dos salas de proyección. Van a pasar dos películas simultáneamente: una rusa y otra norteamericana. El evento –si es que puede llamarse así- está organizado por dos cátedras de Filo. Los integrantes de una cátedra quieren hacerles una joda a los de la otra. La idea es adulterar la película y generar una situación extraña durante la proyección. Yo soy cómplice de eso. O al menos piden mi colaboración. No sé por qué soy parte de ese plan, no sé a qué cátedra pertenezco (si es que formo parte de alguna). Lo único interesante de todo eso es que para apagar las luces y poner en marcha el plan voy a tener que atravesar la sala volando. No sé si puedo volar por un aparato un tanto estrambótico o por la magia del sueño (o tal vez por ambas cosas). Si es por el aparato se complica, porque tiene un motor muy ruidoso. Sin embargo, creo que no se dan cuenta de lo que estoy haciendo. Parece que el plan se lleva a cabo exitosamente. Parece, digo, porque nadie (salvo los mentores y yo) se da cuenta de que es una broma. Es decir, ven la película sin notar nada raro. Está bien para el principio, que no se deschave la broma antes de tiempo. Pero si todo sigue igual hasta el final, sin que nadie haya notado nada, la broma termina teniendo un sabor a fracaso, acentuado por la cara de misión cumplida de los ideólogos. Ese gesto de satisfacción transforma el fracaso en algo más patético. Me pregunto cómo es que no se dan cuenta de que ese plan tan ingenioso en realidad es una bosta. Tal vez estoy minimizando su capacidad de negación. Uno de ellos me pide que devuelva la película rusa original en VHS. Le pregunto si no está en la sala, donde acaba de terminar la proyección. Me dice que no, que la que está en la sala de proyecciones es una copia adulterada para llevar a cabo el plan, la película original está en esa cajita en VHS que me está dando. Me sorprende que todavía esté vigente el VHS en mi sueño. Tengo que llamar al service para hacer un par de actualizaciones.