miércoles, 25 de diciembre de 2013
Concepción sin estrella
¿Por qué vine a Concepción? No lo sé. Es extraño que en una ciudad con ese nombre la navidad pase por desapercibida. O al menos para mí, es como si nada hubiera pasado. En Santiago sentí cierta tensión en algunos lugares, por ejemplo en el Palacio de la Moneda, donde unos perros me ladraban delante de un carabinero, acaso más rabioso que esos mugrientos animales. Pero en Concepción, cuna del MIR, no pude encontrar los ecos de esas voces, no alcancé a dar con las huellas de aquellos pasos. Tampoco, volviendo al presente, estaban los ruidos previsibles por los festejos navideños. Nada. Las calles vacías, mudas. Como si una gran boca se hubiera devorado todo rastro de civilización o incluso de barbarie. No había nada. Ni gritos de alegría ni gritos de terror. Ni ruidos de vidrios rotos ni la estridencia de los petardos. Como si una gran noche ausente se hubiera tragado todo, la voz y el cuerpo, el sonido y la furia. Ni siquiera pude dar con los pasos de aquella estrella distante de Bolaño. ¿En dónde estaban los talleres de Juan Stein y de Diego Soto? ¿A qué edificio pertenecía la habitación sangrante de la que Bibiano no podía escaparse ni en sus recuerdos? ¿En dónde hay algún rastro, poema o detalle mínimo que remita a las hermanas Garmendia? Nada. Como si quedaran menos que palabras. Solo viento y silencio. Como si aquella novela hubiera sido escrita en el aire y todo hubiera quedado diluido por la invisible brisa del ahora.
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