Camino rápido, cada vez más rápido. Siento el aire en cada paso. Al trote, después corriendo. Me siento liviano, rodeado de aire, siendo yo mismo viento. Nada me ata. O sí. Un reloj, la hora, no saber si es temprano o tarde, si esas agujas están en su tiempo, si señalan mi tiempo o cualquier otra cosa. Paro de correr, de trotar, de caminar. Me pasé. Estoy más lejos de lo que pensaba. Entro a un café. Agarro un teléfono y llamo al 113. Es temprano. Muy temprano. Mi reloj miente para que crea que es demasiado tarde, para que abandone cualquier carrera, cualquier batalla. Me mando una medialuna y salgo a la calle. La calle es mía. El tiempo es mío. Y yo elijo mi recorrido, mi paso, mi destino y no este reloj de mierda. Reanudo mi paso, más firme, más decidido, sabiendo a dónde voy, cuál es mi camino y mi tiempo. Dentro y fuera de este sueño. Al despertar veo un rayo de sol que se refleja en el reloj que está sobre la biblioteca y nada me parece tan inmóvil como sus agujas.
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