Cómo irse y cómo regresar. En lo posible, no atropelladamente, sin estar corriendo, a los empujones, delante o detrás de uno mismo. Pero también aceptando, como dice Juarroz, que cada uno se va como puede: unos con el pecho entreabierto, otros con una sola mano, unos con la cédula de identidad en el bolsillo, otros en el alma, unos con la luna atornillada en la sangre, y otros sin sangre, ni luna, ni recuerdos.
Y luego, cuando el sur es nuestro norte, saber que aunque la ilusión de
volver a casa parezca real y tangible, no hay regreso. Y una vez más Juarroz, taxativo
negando el regreso y matizando, aclarando que existen algunos movimientos que
se parecen al regreso como el relámpago a la luz, como si fueran formas físicas
del recuerdo, un rostro que vuelve a formarse entre las manos, un paisaje hundido
que se reinstala en la retina.
Y entre esas idas y partidas, está uno. Resulta demasiado pretencioso
decir uno, porque a veces no queda ni medio, ni un cuarto, de tantas partidas,
de quedar tan partido, tan allá y tan acá a la vez. Migraciones a un territorio
que parecía extraño y termina siendo familiar. Y a la vez el movimiento
inverso, un territorio familiar que termina siendo extraño. Por eso el regreso
no es posible enteramente, porque el círculo no termina de cerrar. Atravesar
fronteras internas y externas para comprobar que uno siempre es extranjero, en
todo momento, en todo lugar. Pero es posible detenerse un instante para
escuchar hacia adentro y sentir, en ese ser otro, la marca de ese transitar, el
ritmo de cada paso, que no es signo de desapego, sino de una búsqueda que no
tiene fin.
Hermoso. Siempre que te leo pienso... por qué no escribe más...
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