jueves, 2 de abril de 2020

El equilibrista


Madrugada del dos de abril. Estoy por apagar la computadora cuando se me ocurre una actividad recreativa para los chicos basada en un cuento. Me gusta el título: el dictador burlado. Escribo las primeras líneas del cuento y la propuesta central de la actividad. Se me cierran los ojos. Cuando me levante sigo escribiendo y subo la propuesta al drive. Me aparece un aviso: el yanqui de chess.com hizo su jugada. Movió el rey. En otro momento haré mi jugada. Tengo una semana para responder. Miro de reojo el tablero en el que está esa partida. Probablemente avance el peón. Ya veré. Apago la computadora y me voy a la cama.
Tal vez el ajedrez haya convocado al tío Herman, porque otra vez aparece. No estamos jugando en ese tablero, como tantas tardes. Yo estoy en un cuarto y él en otro, frente a un grupo de hombres que parecen empresarios. Sale del cuarto, va a un pasillo cercano a unas escaleras que conducen a una gran galería y les explica cómo hacer un conducto. Para ello se sube a un pasamanos y empieza a caminar encima. Yo me inquieto, se puede caer. Él sigue explicando y caminando por el pasamanos como un equilibrista. Pero cuando me ve abajo, pendiente de sus pasos más que de su explicación, se desconcentra. Da un paso en falso y cae. Alcanzo a atraparlo. Pensaba que iba a pesar mucho más, que su caída nos iba a tirar a los dos, pero no, en mis sueños la gente suele ser liviana, lo atajo sin problemas. Me pregunto si estará bien, si no se lastimó a pesar de que lograra atraparlo. Parece aturdido. O preocupado. Su cara de preocupación, me voy dando cuenta después, es porque su explicación ante los empresarios quedó opacada por su caída. Qué habría pasado si yo no me hubiera acercado. No lo sé. Tal vez fue mi cercanía, mi desconfianza y mi mirada las que lo hicieron trastabillar. Acaso si lo hubiera dejado solo, sin extenderle los brazos, podría haber caminando por el pasamanos como un equilibrista de circo que hace su número sin red.

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