Después de tantos días
de sol, de este prolongado verano, era de esperarse una mañana
lluviosa. Levantar los ojos para comprobar que ese sonido constante
es agua que cae. Y volver al sueño. No hay nada mejor que hacer
estos días. Despertar al mediodía, despertar a medias. Subir la
persiana y comprobar que la lluvia ya se fue con el sueño. ¿Qué
queda del agua? Algunas gotas en mis plantas y el libro de Zurita. Me
sumerjo en sus ciudades de agua, en sus siete sueños para Kurosawa.
Y ahí regreso a mi propio sueño. Zurita recupera el encuentro con
su padre o su despedida. Y yo vuelvo a tener en frente a mi tío
Herman con una sonrisa que le ilumina la cara, acaso como un
reencuentro o como la despedida que no pude tener. Sonríe, ya no me
recrimina que no lo visite tan seguido o que no invierta más tiempo
en sus inventos. Sonríe y me fascino viéndolo tan vivo sabiéndolo
muerto. No quiero que la ilusión se termine. Sé que en cualquier
momento todo se va a esfumar, pero me alegra verlo parado sonriendo,
como si nada pudiera afectarlo, ni siquiera esta pandemia que se está
llevando a tantos viejos.
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