Estoy en una clase con Mogui. Sospecho que es un sueño, pero mi conciencia del tiempo me hace dudar. No tengo diez años, sino mi edad actual. Dicen que el alumno supera al maestro, pero este no es el caso, Mogui se supera a sí mismo cada vez que toca y yo me siento un poco torpe. El tiempo parece haber pasado para mí, pero no para él. Lo escucho con su sopranino. Le pregunto si es muy difícil tocarla. Me dice que no. Me cuenta que mucha gente hace la analogía entre la sopranino y el pito, típico lugar común que ya lo tiene cansado. Una vez quiso hacer un chiste en un espectáculo. Después de cerrar una canción haciendo un efecto en el que su sopranino se asemejaba a un bicho extraño, se sacó el saco, lo cual dio pie a que el pianista se fuera de mambo con la humorada y empezó a sacarse toda la ropa. Fue demasiado. Por eso prefiere más música y menos show.
Me propone un juego, que lo siga mientras toca, que dialogue con él. Se va alejando y me cuesta escucharlo, los sonidos son cada vez más graves y lejanos. Trato de tocar algo en consonancia, por momentos sale algo ameno, por momentos no. Se supone que Mogui va a volver a acercarse en algún momento. Pero el que aparece es mi tío Herman. Siento como si hubiera hecho a medias la tarea: estoy a mitad de camino entre la melodía que tocaba Mogui, un párrafo de un libro y un diálogo de una película. Las tres cosas andan dando vueltas por mi cabeza y no me decido por ninguna. La melodía cada vez resuena más lejana. Ese libro tiene adentro un mapa que tiene una trampa. Quiero mostrarle ese mapa a mi tío, doy vuelta las hojas y el mapa no aparece. Sé que estaba ahí, pero ahora no lo encuentro. Es aquel mapa del que hablaba Borges, que termina teniendo la misma extensión del lugar que representa. No, no puedo encontrarlo plegado en ese libro. Tampoco puedo encontrar las palabras para explicarle a mi tío por qué ese mapa es diferente a los demás. Pero él ya lo sabe y no hace falta explicárselo. De fondo resuena nuevamente la película. Uno de los personajes está borracho, su voz resuena gangosa y estridente. Le pregunto si bajo el volumen o apago el aparato. Me dice que no, se ríe de lo que dice el borracho. Justo aparece mi viejo con una petaca en la mano. Lo miro extrañado, él no suele tomar mucho. Supongo que la petaca es una excusa para acercarse y brindar con nosotros. ¿Por qué no? Creo que mi tío lleva varios años muerto, pero eso no es motivo para que no brindemos. Mi viejo agarra su petaca, mi tío levanta una botella de sidra, yo una de whisky y brindamos. Salute. Salute.
No hay comentarios:
Publicar un comentario