domingo, 25 de octubre de 2020

Paréntesis

Salto de casi dos meses, de aquella partida en barco a esta llegada en bicicleta, de aquel cuerpo soñado a este cuerpo real. Tantos meses sin pasar por la Biblioteca Nacional, sin cruzar Las Heras, Libertador, Alcorta, los árboles, el pasto, el cielo más abierto... aunque esta vez no tanto, las nubes se están cargando y anuncian lluvia para la tarde. Pero todavía es temprano, mamá descubre el ceibo, la alfombra roja bajo nuestros pies. La flor nacional, dice. Sí, me lo dijo la maestra de quinto grado, aclarando que se escribe tanto con “c” como con “s”. Siguiendo en clave roja aparece un cardenal, va de una flor a otra, rojo con rojo, de una rama a otra, nos mira, apunta el cielo con el pico y se va. Mamá se emociona, el pájaro favorito del abuelo Marcos. Estoy un poco cansada, me dice, podemos sentarnos en este banco, acá no hay nadie. Cierto, en mi sueño no se cansaba, podía dar un salto de ballet y decirme que estaba todo bien, pero acá es el cansancio real de su cuerpo el que está hablando. Nos sentamos. El banco está frío y a los cinco minutos seguimos caminando sobre nuestros pasos. A un costado vemos un tordo negro. Otro pájaro que le gustaba al abuelo Marcos. Decía que yo era un tordo. Él era rubio de ojos claros, como mis tías y mis primos. Yo morocho, de ojos marrones y piel morena, como mamá.

De ese paseo por recuerdos familiares en medio de árboles, flores y pájaros, vamos volviendo a la ciudad, al barrio, al presente de bocinas y gente. Por eso propongo un camino alternativo, por Bollini. Mamá se sorprende al entrar al pasaje, es otro paréntesis en medio de la gran ciudad, solo que este paréntesis no es de pasto, sino de adoquines. Le gusta, porque también sigue la tónica de transitar otro tiempo. Y camina por el medio de la calle, quiere sentir los adoquines bajo sus pies. Escucho un auto que viene, yo no quiero sentirte a vos bajo las cuatro ruedas, mejor subí a la vereda. Pasamos por La Dama de Bollini, por otras casonas viejas. De una cuelgan varias flores. Miro un balcón que está a la derecha y cuando vuelvo a mirar a mamá me doy cuenta de que tiene un par de flores en la mano. El mismo gesto de Tati afanando flores. No sé quién copia a quien, si la nieta a la abuela o la abuela a su nieta. Me río para adentro. Estamos a metros de salir del pasaje y como si hiciera falta dejar en claro que el ensueño se está por cortar y vamos a volver a la cruda realidad, el sonido de un impacto nos sobresalta. Después vienen las puteadas. Al llegar a la esquina vemos a una mujer que tiene una bicicleta (o lo que queda de ella) increpando a otra que se baja del auto. La rueda delantera parece la cinta de Moebius. La ciclista le dice de todo y tiene razón. La otra le dice no pasa nada, mi seguro te va a pagar todo. ¿Si me sacabas una pierna también me la iba a dar tu seguro? Mamá mira desde la vereda de enfrente y cuando ve que quiero cruzar me dice qué hacés. No te preocupes, ya vengo. Justo pasa un patrullero, pero sigue de largo. Mejor. Cruzo y le pregunto a la ciclista si está bien. Me dice que sí, me agradece, le pide disculpas a la mujer que manejaba por las puteadas, ambas se empiezan a entender en otro tono, cruzo y vuelvo con mamá. Justo hablábamos de cómo está la gente en la calle antes de ese paréntesis del choque. O tal vez el paréntesis haya sido lo anterior, la caminata por los adoquines del Pasaje Bollini y por el verde de Palermo.

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