martes, 23 de julio de 2013
En busca de mi primavera
Todo pasa rápido, muy rápido. El vértigo de los últimos días, del último tramo, el último trago, diría Buika, que me queda atragantado, de Quito a Ibarra, de Ibarra a Tulcán, la frontera helada de noche, como me habían dicho, pero el frío no congela el vértigo de la huida, qué huida, a dónde, a mi partida, a mi llegada, a la frontera, de la frontera, de Tulcán a Pasto, de Pasto a Popayán, del blanco de Popayán al rojo de Cali, rojo por la salsa y también por esas gotitas de sangre en la vereda del hostel, a medida que avanzo hay más, van formando un charco que no termina de secarse, esas gotitas y ese charco de sangre que después me entero son de un pobre gallego al que termino acompañando en una tórrida noche con olor a hospital, a desinfectante y a formularios y más formularios, para el seguro, para la farmacia, para la policía. Que digan que Cali es Cali y lo demás es loma, yo sigo para el norte, que esos gringos sigan rumbeando, yo me voy rumbo a la estrella del eje cafetero, Salento y Valle de Cocora, para volver a Armenia y caer extenuado en un micro rumbo a Medellín. Medianoche con no sé cuánto de temperatura. Al menos voy a dormir unas horas. Pero no, si Mahoma no va a la montaña -o se escapa de ella- la montaña va a él... y yo que creía haber huido de Cali, Cali vuelve a mí en forma de melodía... y en el puto micro de larga distancia que salió sus buenos morlacos por sus asientos reclinables y su servicio, ponen una salsa para mover hasta los muertos. Y yo que estoy casi muerto, le pido gentilmente al muchacho que me trae la almohadilla si puede bajar la música, por favor, que ya es tarde, pasada la medianoche... y él que sí, sí, claro... y no la baja un carajo... hasta pareciera que la sube... y entonces subo y le digo -le ordeno- que la apague. Y el pendejo infeliz me dice que tal vez en mi país -no le quedan dudas de mi acento porteño- por las noches los micros van en silencio, pero lamenta informarme que ahí suelen pasar salsa... y a mí que me chupa un huevo y la mitad del otro incorporar los ritmos y melodías latinoamericanos en ese momento en que vuelo de fiebre y de calentura le pregunto si me está tomando el pelo y lo habría estampado contra el parabrisas de no ser que el chofer zanja de una la cuestión y apaga la música. A dormir. O a intentarlo. Hasta llegar por la madrugada a Medellín. Los taxistas de la terminal se relamen pensando que soy un gringo pelotudo al que van a esquilmar con un viaje, pero cuando se dan cuenta de que hablamos el mismo idioma, sé a dónde estoy y a dónde quiero ir paso a ser un fantasma y se van. La puta que los parió, yo no dije que no iba a pagarles, simplemente no voy a dejar que me estafen. Supongo que para ellos es casi lo mismo. Por eso no existo, no soy nada... y de la nada misma aparece un taxi que accede a pararme, llevarme y cobrarme lo que corresponde. Y sin encañonarme a mitad de camino. Bien. El barrio del hostel no está mal. Caigo deshecho en la habitación. La ciudad de la eterna primavera puede esperar unos días allá afuera. Y sobre todo unas noches. Pero yo tengo que recomponerme, que rehacerme para volver a ser medianamente yo o algo parecido. No sé si es un virus o simplemente el cansancio de los últimos días sin parar. Tal vez sea un virus, porque ya van más de tres días y sigo igual, como si un elefante hubiera bailado con un hipopótamo una salsa bien sabrosona usándome de alfombra. Y hasta parece que todo está contaminado... o que yo contamino todo, porque prendo la netbook y también tiene un virus que dispara cientos de mails a todo el mundo. Justo en ese momento, en el que menos ganas tengo de hablar o escribirle a nadie, hay que darle explicaciones a gente a la que no le dirijo una palabra hace meses, estando a miles de kilómetros sobre por qué un puto virus mandó unos mails del orto en los que no queda claro qué es lo que dicen ni a dónde linkean. La fiebre no se me va pero la netbook deja de hacer pelotudeces. Tal vez se haya curado antes que yo. Llega el médico de Assist Card. Me pregunta si soy alérgico a algo y le digo que no. Me receta un sobrecito que parece que tuviera un polvo de mierda con gusto a Tang y unas pastillas que al final no me sirven para nada más otra cosa que no se entiende muy bien qué es y después en la farmacia descubro que es un antialérgico. ¿Pero es idiota el médico? Le había dicho que no tenía alergia a nada. Ya no quedan dudas. El servicio de Assist Card es una garcha. Si los llamás un poco tarde o un poco temprano no te atienden. Eso sí, para cobrarte siempre están los hijos de puta. Y en dólares. Igual, eso no tiene tanta importancia. No en ese momento. Y menos ahora. Medellín espera. La primavera ahí no se va. Es eterna, dicen. Pero tendré que buscar en dónde carajo está mi primavera, que en algún lugar tenía y no puedo encontrar.
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